De un tiempo acá, un grupo mediático fácilmente reconocible se dedica a etiquetar como “extrema derecha” a cuantos discrepamos de sus manipulaciones. Así, Jiménez Losantos, César Vidal, yo mismo, Libertad digital en pleno o la COPE, somos de “extrema derecha”... según ese grupo inspirado ideológicamente por un antiguo colaborador de ministro franquista Arias Navarro. El mismo que llamaba “sindicato del crimen” a los periodistas empeñados en sacar a la luz la corrupción socialista, la cual dicho grupo estaba empeñado a su vez en ocultar a la opinión pública (¿por qué sería?). Entre otras muchas vilezas.
Alguien debiera repasar la trayectoria del buque insignia del grupo, el diario El País: su presión contra la aplicación de la ley y en pro de la negociación con el terrorismo nacionalista vasco, sus expresiones admirativas hacia algunos jefes de los asesinos, tantas de sus “informaciones” sobre las Vascongadas que podrían haber sido redactadas por miembros de Batasuna; sus reportajes tan favorables, por ejemplo, a Sendero Luminoso o a Jomeini; su colaboración casi permanente con las fechorías de los separatismos catalán y vasco contra los derechos ciudadanos, manifiesta con especial crudeza en momentos como el manifiesto encabezado por Jiménez Losantos y el atentado terrorista contra éste; sus insidias contra determinados políticos; su ataque permanente a la libertad de expresión ajena (recuérdese el antenicidio), sus fascistoides campañas de desprestigio contra determinadas personas, negándoles el derecho de réplica, etc. etc. Algún periodista demócrata debiera hacer un análisis a fondo de la línea seguida por ese periódico. Nos ilustraría, creo, sobre el grado de certeza de la afirmación de Revel: “La primera de las fuerzas que mueven al mundo es la mentira”.
En muchos aspectos vivimos en estado de farsa, por así decir: unos señores espabiladillos procedentes de la extrema derecha –ellos sí y sin ningún género de dudas–, se erigieron desde los primeros momentos de la Transición en dispensadores de títulos de democracia, y ahí siguen con sus pretensiones. El truco ha sido fácil, aunque su ejecución requiera cierto virtuosismo y una larga práctica: se trata por una parte de halagar a una izquierda que en España casi siempre ha sido extremista y antidemocrática, y por otra de explotar los complejos de una derecha ignorante de la historia de España en el siglo XX, entre otros defectos.
La adjudicación del título de extrema derecha a quienes, también sin ningún género de duda, defendemos las libertades y la unidad de España, sigue la misma lógica recomendada otrora por los comunistas: “a los críticos molestos, tacharles de fascistas. Insistiendo lo bastante en ello, la idea calará en la mentalidad popular”. El término “fascista” está hoy excesivamente desgastado y ha terminado por no significar nada. El de “extrema derecha” resulta ahora algo más útil. Y a ello se aplican estos bergantes.
Algún despistado podría decirnos: “el mundo al revés: ellos proceden de la extrema derecha, pero algunos de ustedes vienen de la extrema izquierda”. Cierto, pero nosotros hemos evolucionado analizando hechos y teorías, y nuestra propia trayectoria. Ellos han evolucionado adaptándose simplemente a las situaciones. Una pista: a nosotros, los que defendemos la democracia y la unidad de España, nos parece detestable el grupo mediático dichoso, pero en ningún caso se nos ha ocurrido dudar de su derecho a expresarse. Ellos en cambio, no cesan de atentar contra nuestra libertad de expresión, intentando reducirnos al silencio. Véase su trayectoria desde el antenicidio a la infame campaña actual contra la COPE.